Las despedidas son siempre emotivas. Y más cuando las promesas de volver a reencontrarse aquí, en este rincón del Pirineo aragonés, tendrán que esperar al menos casi un año.
Besos de bienvenida, lagrimas de despedida, las semanas se suceden; unos van y otros vienen, desde lejanos países como Guayana Francesa, allá en la costa norte de América del Sur, o China, o Estados Unidos…
Vivimos en una especia de mundo paralelo, sin horario, salvo el fijado por la atención a los caballos, su hora de comer, de trabajar, las horas de clase…
No sólo aprendemos a montar sino sobretodo aprendemos el lenguaje del caballo, profundizamos en su conocimiento. Aprendemos a pedirles las cosas, por favor, a suavizar la mano, a que la rienda sea una prolongación de nuestro brazo amigo, de nuestro cerebro.
Este amigo del hombre, tan mal conocido y vapuleado, ha sido nuestro gran aliado en el desarrollo de nuestra sociedad. Nos ha ayudado a acarrear agua, a levantar casas, a labrar los campos..hasta nos ha acompañado en la guerra. Y ahora que ya no lo necesitamos, lo buscamos para darnos un último servicio, llenar nuestro espacio de ocio, divertirnos, conquistar medallas y premios…y también reencontrarnos.
Creo que se merecen que aprendamos bien su idioma, para que nuestra comunicación sea un intercambio de deseos, no ordenes autoritarias puntuadas a golpe de fustazos.
Y en ese aprendizaje empleamos gran parte de nuestros días, en un mundo paralelo y mágico, ajeno a las noticias y desventuras que no llegan hasta aquí porque no hay televisión ni radio y tan sólo los dos ratitos diarios autorizados para conectarse al móvil -cómo no!- nos devuelven a ese otro mundo ruidoso y ajeno.
Este es el link a las fotos de las primeras semanas.
Primera semana:
Segunda semana:
Tercera semana: